La Real Academia de la Lengua Española define el sustantivo premio como recompensa, galardón o remuneración que se da por algún mérito o servicio. De lo que no nos informa nuestro extenso glosario del castellano es de si la palabra lleva intrínseca en su significado el adjetivo justo. Puesto que damos por hecho de que no es así confieso que son pocos los Oscars justos y muchos los sorpresivos -que no sorprendentes-.
Ayer Dicaprio volvió a perder la batalla de llevarse la estatuilla a casa. Muchos éramos los que apostábamos por él, para que esta vez y por méritos de sobra el eterno adolescente se hiciera con esa recompensa, pero no pudo ser. Siete veces nominado, cuatro han sido las veces que el rubio ha sido candidato al Oscar por su labor interpretativa, tres las que lo ha hecho acompañado de su mentor Scorsese, demasiadas las ocasiones en las que ha tenido que cubrir el hueco reservado en la estantería con alguna dosis que otra de abandono hollywoodiense.
En casa ha pasado con Victoria Abril, nueve nominaciones y sólo un premio por Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto; Maribel Verdú, con diez nominaciones y dos Goya; y mejor no hablamos de Pedro Almodóvar, ocho nominaciones a mejor director y dos para adornar la estantería de El Deseo, y sin embargo dos Oscars inaugurados por el chirriante timbre de Penelope. Cifras desproporcionadas que nos definen una vez más como el país que menos defiende su cine, entre otras cosas.
Scorsese es de esos cracks del celuloide de los que la academia del glamour y el derroche de dolares se olvida. Diez nominaciones por mejor película, mejor guión y mejor director y sólo un premio por Infiltrados. Dicaprio ha crecido junto a Martin y su evolución no hubiera sido posible sin esa especie de simbiosis que conforman. Al principio resultaba llamativo que el neoyorkino se hubiera fijado en el chaval -que ya tiene 39 primaveras- pero juntos han parido grandes filmes de la talla de Gangs of New York o El Aviador, trabajo -este último- en el que también se coló como actor.
Apostó firmemente por la película, por su papel, incluso por su integridad física al quemarse la nariz esnifando vitaminas entre la locura de rayas que El Lobo y sus amigos nos dedican en el metraje, logró dejarnos boquiabiertos con sus dotes interpretativas y no vemos guión sin su presencia. El lobo de Wall Street es una de las mejores películas de Scorsese, con un dinamismo de tres horas, una comedia oscura, enérgica y atropelladamente divertida.
Leo se estira y va engrandeciendo su personaje -Belfort- despreciable, hiriente, hortera -muy hortera- y lo hace con un coro de secuaces, un notable Jonah Hill y otro no menos destacable Matthew Macconaughey que, paralelamente y con otra película, Dallas buyer club, se quedó con el premio que perdió Dicaprio. Por lo visto las penas en familia son menos penas, y todos tan amigos. Leo, do not despair!
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