domingo, 23 de marzo de 2014

Nymphomaniac: Volumen I y II

Titulo:Nymphomaniac
Año: 2013
Duración: 117 y 119 minutos
País: Dinamarca
Director: Lars Von Trier
Guión: Lars Von Trier
Reparto: Charlotte Gainsbourg, Stellan Skarsgard, Stacy Martin, Shia LaBeouf, Christian Slater, Nicholas Bro, Jesper Christensen, Uma Thurman, Caroline Goodall, Kate Ashfield, Saskia Reeves, Jens Albinus, Sophie Kennedy Clark, Mia Goth, Omar Shargawi, Severin Von Hoensbroech
Género: Drama - erótico
Valoración: *****


Como ya adelantábamos en este humilde espacio antes de su estreno, Nymphomaniac prometía polémica, comentarios y mucha controversia. También despertó morbo, comentarios fáciles y un intríngulis que toda película que explore el universo del sexo puede provocar. Von Trier lleva el vicio, el fornicio, la obsesión y la libertad sexual femenina a extremos explícitos a la par de filosóficos, más críticos que contemplativos. El misterioso mundo de la mente, de la religión y esa torpeza del ser por doblegar sus perversiones, obsesión o clave del danés para desgranar en su última obra lo más oculto, molesto y oscuro del hombre en el alma de una supermujer.


Un hombre se encuentra a una mujer malherida en la calle. Este se ofrece a ayudarla llevándola a su casa; es entonces cuando esta decide contarle su vida, desde su infancia -que poco tiene de tierna- hasta la actualidad. La invitada no tarda en declararse como una adicta al sexo. La conversación introduce los capítulos de una vida en la que la posesión sexual era la única tuerca que engranaba cualquiera de las otras cosas que pudieran ocurrir. Dividida en dos partes y sólo exhibida en formato doble en su presentación oficial y algunos festivales, Nymphomaniac son cuatro horas de confesiones narradas sin prejuicios desde un cuarto en el que el flirteo humano se traduce en peces picando el anzuelo y la copulación en complejas fórmulas matemáticas.







El danés hace de su obra una pieza in crescendo, tan intrigrante como envolvente, cruda, inquietante, reflexiva. Charlotte Gainsbourg -Joe- y Stellan Skarsgard -Seligman- conforman una pareja protagonista que se debate entre la moralidad y el estado más primario del ser. Las imágenes bailan en la cabeza del espectador rivalizando entre el bien y el mal, el espasmo del orgasmo y la levedad del ser. Nymphomaniac es una historia compleja contada de la forma más primitiva y descarnada. Puede que les resulte violenta si no están acostumbrados a llamar las cosas por su nombre; aquí un coño es un coño, una polla, una verga, las personas no eyaculan, se corren, y la masturbación es algo tan natural e infantil como chapotear en el agua.



Aquellos que comentaban que existían dos versiones de la misma película: el montaje del director y el de la tontunada, se equivocaban. La censura sería algo totalmente contraproducente e ilógico en Nymphomaniac. Aunque veamos explícitamente penes erectos, clitoris, felaciones y penetraciones reales lo último de Lars, aunque lo roce con la yema de los dedos, no es pornográfico. Tipificada como un drama erótico, el espectador solo debe estar preparado para ver la vida en si misma llevada a los límites del éxtasis del placer, el sufrimiento y la incomprensión.


Varias son las imágenes o momentos que empapó mi memoria, atónita. La lubricación de Joe ante el cuerpo inerte de su padre, recurso muy de Buñuel el del dolor, la muerte y el sexo. Las piernas abiertas de la joven con la cama de su progenitor de fondo y una gota resbalando por una de sus piernas, es probablemente uno de los planos mas bellos de la película después del de Slater y la pequeña Joe traduciendo el lenguaje de los árboles con sus copas en plena agitación; la asociación de adolescentes folladoras rezando su propio credo sexual en el templo elegido para practicar el onanismo en grupo  o el castigador sexual que cobra por horas y controla a sus clientas por su humedad vaginal.

Gainsbourg encarna a una especie de ninfa que reivindica su sexualidad, grita feminismo, se rebela contra el amor y es capaz de crear y construir a medida su propio orgasmo sin avergonzarse por ello. Un no parar de amoralidad, un relato sincero, gradual, que comienza susurrando y avanza a grito pelado, con un final sorprendente.
 

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